Traducción del texto original: Egypt’s Presidential Elections: What’s at Stake
Las elecciones presidenciales egipcias, las primeras de su clase en 7.000 años de historia nacional, están en marcha desde el pasado 22 de mayo. Mientras aguardamos a conocer los resultados definitivos, y mientras los medios occidentales se obsesionan con las imágenes de dedos manchados con tinta violeta, es bueno recordar que hay en juego en las elecciones egipcias mucho más que el «derecho» de sufragio. Mientras que hay egipcios votando sin duda en función de sus convicciones, el cisma fundamental gira en torno a la religión.
A lo mucho o lo poco que son partidarios de la ley islámica los candidatos en cuestión. En otras palabras, los islamistas votan a los islamistas –Mohammed Mursi– mientras que los no islamistas (seculares, progresistas y no musulmanes) votan a los no islamistas como Ahmed Shafiq.
Hay que tener presente que no se trata de lo mismo que los americanos, divididos entre los demócratas «de izquierdas» y los «conservadores» republicanos; estas elecciones son mucho más existenciales en su naturaleza y de repercusión probablemente catastrófica para la sociedad egipcia. Porque mientras que republicanos y demócratas se mueven bajo la misma Constitución de Estados Unidos, en Egipto un presidente islamista impone la ley islámica, cosa que transforma de manera radical al país.
Una mujer con velo entrevistada la semana pasada a pie de urna era la que mejor lo expresaba: «Venimos a elegir al caballero que implantará la ley islámica. Pero temo a los izquierdistas, a los seculares y a los cristianos. Temo su reacción si gana un islamista. No van a quedarse de brazos cruzados. Pero Alá está con nosotros». Llamativamente, al tiempo que resume la intencionalidad con la que los islamistas como ella votan –dan poder al «caballero que implantará la ley islámica»– también proyecta su propia mentalidad islamista a los no islamistas, al insinuar que si un presidente receptivo a la ley islámica es elegido con justicia, los no islamistas se van a revelar. De hecho, son los islamistas los que hacen advertencias apuntando que si sale elegido presidente un secular, ello será en sí mismo prueba positiva de que los comicios estaban amañados, y se anunciará una yihad armada.
Nada de esto sorprende, considerando que los islamistas no han ocultado su repulsa a la democracia como herejía infiel a ser explotada como paso previo a una teocracia que imponga la ley islámica que, irónicamente, eliminará a la democracia. Los hay que han llegado a insistir en que manipular las elecciones para propiciar la llegada de la ley islámica es una obligación. Y en lugar de animar a los egipcios a votar lo que les parezca mejor para el país, días antes de estos comicios, diversos clérigos musulmanes e instituciones importantes decretaban que los religiosos egipcios están «obligados» a votar a los islamistas partidarios de la ley islámica.
Uno de los bloques electorales que no vota a los islamistas está integrado por los cristianos coptos, que representan entre 12 y 15 millones de personas. No sólo la crónica informativa plasma bien su ánimo, sino que pone de relieve la forma en la que los cristianos egipcios están convencidos de que cualquier presidente islamista, incluyendo a los «islamistas liberales» oximorónicos, conducirá a una intolerancia religiosa todavía mayor hacia ellos.
En la práctica, el Parlamento egipcio de mayoría islamista elegido democráticamente es considerado cada vez más una decepción, más interesado en prohibir los juguetes que «humillan al islam» y en legalizar «las ejecuciones por infidelidad marital» que en abordar los problemas económicos.
Con independencia de todo esto, el bloque electoral más decisivo consiste en decenas de millones de egipcios pobres nada interesados en votar, a los que les da igual la ley islámica que el secularismo, y que están encantados de cambiar su voto por una ayuda temporal. Por todo esto, el resultado de las elecciones sigue siendo incierto, pero a juzgar por el espectacular avance del islam político en las últimas décadas, hay que ser pesimistas para la segunda vuelta en juego
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